miércoles, 23 de febrero de 2011

Cuando te llevas un palo

Queridos lulilectores...

Siguiendo la misma línea que he estado llevando últimamente, esa entrada será algo breve, pero por cuestiones que ahora descubriréis.
Hoy ha sido un día bastante triste. En primer lugar, me he despedido (quien sabe si para siempre) de un buen amigo, al que no conozco desde hace demasiado tiempo, pero con quien he compartido momentos estupendos. Se marcha al extranjero y no sé cuándo volveré a verle, o si alguna vez volveré a verle. Se me hará algo extraño no quedar regularmente con él para mantener conversaciones que, por otro lado, cada vez eran más interesantes.

Aunque ese no es el único motivo de tristeza de esta jornada. Apenas hará veinte minutos, mis padres me han dado una noticia devastadora: mi prima la Espléndida no vendrá con nosotros a Alemania mañana, porque los de la compañía de vuelo no han dejado que vuele con el billete que originalmente era para mi hermana. Os lo explicaré un poco mejor.

En un principio, íbamos a ir a Hamburgo los cuatro, es decir, mis padres, mi hermana y yo. Pero mi hermana dijo hace poco que, como tenía exámenes, prefería quedarse en casa estudiando, así que mi padre decidió invitar a mi prima en su lugar, ya que el dinero del billete no lo podía recuperar. Y todos nos pusimos muy contentos.

Este mismo lunes mi padre llamó a la compañía (Air Berlin, por cierto) para cambiar los datos del billete, y se encontró con una bonita sorpresa: con el billete de mi hermana solo puede viajar mi hermana. Cambiar los datos implica comprar un nuevo billete, cuyo precio oscilará sobre los 360€.

O sea, que nos hemos llevado un palo. Sobre todo yo, que me acabo de enterar. Y, desde hace veinte minutos, tengo una cara larga, larga y una tristeza irreflenable, porque ir a Alemania con mi prima suponía un gran cachondeo, y a mí me hacía muchísima ilusión (en mi cabeza ya estaba imaginándome alguna que otra situación divertida).

Ir a Alemania está bien, pero ir solo con tus padres es algo aburrido (aunque te inviten a todo). Siempre es mejor tener alguien más afín a ti, aunque sea en edades (porque es que no vienen ya ni mi hermana ni prima, y no es el mismo rollo, aunque sean solo 5 días).

Quizá, en el fondo, muy en el fondo, tendría que haber esperado que pasara algo así, porque era demasiado bonito para ser verdad. Pero eso no quita el hecho de que yo ahora tenga una tristeza como de aquí a Cuba, y que mi ilusión se haya roto en mil pedazos, como un vidrio viejo y seco.

Por eso digo que, cuando te llevas un palo, entre otras cosas, se te queda una cara de idiota que no puedes lavar ni con el jabón de marsella más puro que una abuela experta pueda hacerte con ingredientes naturales, ese que quita manchas imposibles y te deja la ropa como nueva.

Vaya semana más tonta estoy teniendo, espero que mejore.

Besazzos,

*Luli*

P.D.: Y un gran abrazo desde aquí a M. (insomnia).

lunes, 21 de febrero de 2011

El feo subido

Queridos lulilectores...

¿Cómo estáis? Hace tiempo ya que no vengo a hablaros. Bien, esta entrada es, sin duda, diferente, porque es la primera vez que posteo en mitad de una clase, como es el caso. Aquí me veo, en las filas superiores del Aula 202 de la Facultad de Filología de Valencia, haciendo como que tomo apuntes y caso omiso a las caras raras que me ponen los compañeros de detrás. Justo ahora la profesora anuncia el descanso; no importa, no me extenderé demasiado.

Hoy os voy a hablar de esos momentos de nuestras vidas (por lo menos, de la mía) en los que tenemos el feo subido, que parece que nos persiga día y noche y no nos quiera dejar en paz. Maldito feo. Últimamente, cuando me miraba en el espejo, éste me devolvía una vacía mirada, cargada de feo.

-Hija, qué mala cara traes esta mañana -me suelto a mí misma después de lavarme los dientes y asearme.

Luego intento darme un poco de alegría al rostro, con algo de colorete y raya de ojos; pues ni aun así. Imposiblemente posible. Nanai. Rien de rien.

Y es que hay días en que una tiene el feo subido, la cara larga o pocos ánimos, así estoy yo ahora. Bueno, no tiene que ver estrictamente con el ánimo, porque igual te encuentras bien pero sigues teniendo el feo subido, aunque, a la larga, el hecho de tener el feo subido durante bastante tiempo puede provocar que, después de todo, los ánimos decaigan. Así que la frase estaba bien formulada.

Cuando tienes el feo subido, te da la sensación de que todo el mundo lo sabe. En esos momentos, siento como que cualquier persona conoce mi secreto. Me subo al metro y me da la impresión de que toda la gente que viaja conmigo en el vagón me mira y piensa: "pero qué chica tan fea". Y me comparo con otras chicas. Intento ser justa, las miro y pienso: mira, esta no es una modelo de pasarela pero, aun así, es mona a su manera. Yo no (recordad, esos pensamientos solo se dan cuando tienes el feo subido; si no, se llama depresión).

Ahora, que de vez en cuando sí que se sube al tren la típica chica escultural, que acaba de tirarme la autoestima por los suelos. La ves entrar al vagón toda esbelta, con sus tacones, sus piernas de infarto, su perfume, su cabello ligeramente despeinado pero, aun así, perfecto... y se pone a mi lado. TOMA YA. El patito feo al lado del cisne.

Pero bueno, por suerte para mí eso no ocurre todos los días, solo ocasionalmente (cuando tengo el feo subido); menos mal que esos momentos se compensan con otros en los que me veo bien e, incluso, aceptable. Paradigmas humanos faltos de estudio y, por ende, de resolución.

Por cierto, este jueves viajo a Alemania para pasar allí la semana; ya os contaré.

Besazzos,

*Luli*

miércoles, 16 de febrero de 2011

El bol verde

Queridos lulilectores...

Hace un rato, fregando los platos, se me ha resbalado de las manos un bol verde. Se ha caído sobre la superficie del fregadero y, al primer contacto, ha estallado en mil pedazos. Pobre bol verde, lo quería un montón. No importa, compraré otro. Solo valía unos 2 o 3 euros.

¿Encontraré alguna vez un bol igual?

Besazzos,

*Luli*

lunes, 14 de febrero de 2011

Mi vecino de enfrente

Queridos lulilectores...

El jueves pasado descubrí que tengo un vecino en la finca de en frente.  Es decir, supongo que no es el único vecino que vive en ese edificio, pero os voy a hablar de él en concreto, porque ha resultado ser mi último hallazgo.

Todo surgió de la manera más espontánea: yo regresé a casa por la noche, porque había ido a cenar al piso de una amiga mía, y decidí asomarme un rato al balcón antes de ir a acostarme, porque hacía bueno (aunque no me pude quitar la chaqueta).

En eso que me quedo mirando al vacío (las calles, los escasos coches, los solitarios viandantes, las vías del tren, las luces de los edificios... en fin, al vacío) cuando, de pronto, detecté una luz delante de mí. "Ya no son horas para luces", pensé, distraída. Y mis ojos se toparon con la ventana iluminada, que tenía las persianas y las cortinas descorridas, con lo cual pude echar una ojeada a su interior.

Descubrí un escritorio y un flexo encendido, alguien se reclinaba para escribir de vez en cuando. La persona se me presentaba borrosa (soy bastante miope) pero, por la ancha sudadera gris que vestía, hubiera jurado que se trataba de un muchacho (aunque no terminé de distinguirle la cabeza). Me quedé largo rato mirando, pensando en que ese pobre chaval debía de ser un pringadete si, a mediados de febrero, todavía estaba de exámenes (que es lo que parecía, porque ya me dirás tú a mí qué hace una persona levantada a las tres de la mañana un jueves, y con el flexo encendido y con la atención puesta en un escritorio).

En mis ansias espiadoras marché con buen paso hacia mi habitación y regresé al balcón con unos prismáticos de esos de publicidad que se hacen con unos cartones y dos lentes de plástico. No es que aumentaran extraordinariamente la visión que yo tenía, pero algo sí que me pude acercar... aunque, justo en ese momento, la luz se apagó, y ya no se volvió a encender, por mucho que yo esperara. Pero tampoco las demás luces del piso, que es lo que más me extrañó (si fue al baño antes de acostarse para lavarse los dientes, digo yo que le habría visto, o algo...). Pues nada de nada, ahí se acabó mi aventura 007.

Sin embargo, tengo la ventana fichada, y ahora ya la miro cada vez que salgo de mi casa, desde la calle, o cuando tengo un rato libre en el salón... qué cotilla soy. Ya os contaré cómo sigue la aventura, y si puedo daros más detalles del extraño vecino empollón.

Besazzos,

*Luli* 

P.D.: ¿Por qué cuando quiero tranquilidad, tengo citas y encuentros cada día; y cuando estoy sola y quiero reunirme con la gente, nadie me llama? El mundo al revés, ¿soy la única a la que le pasa? No, ¿verdad?

jueves, 10 de febrero de 2011

A ritmo de jazz

Queridos lulilectores...

¿He mencionado alguna vez que me encanta la música jazz? Hoy os traigo un vídeo de St. Germain con un tema que aparece en la película Serendipity. Es, desde hace un par de años, uno de mis temas favoritos; siempre me anima. Espero que os guste.



Besazzos,

*Luli*

lunes, 7 de febrero de 2011

Fea pintura

Queridos lulilectores...

Mis ansias actualizadoras me llevan a hablar de cosas insólitas que, por otra parte, carecen de interés alguno. Ahora mismo visualizo delante de mí, en la pared empapelada, una enorme pintura rectangular con un gran marco de madera barnizada. La pintura representa una escena cotidiana, medio rural. Hay una orilla, con algunas barcas de pescadores humildes ancladas en el agua. Los pescadores están cargando los botes con las redes, y algunas mujeres y niños les acompañan para despedirlos. Parece que la escena tiene lugar a primera hora de la mañana. Al fondo se vislumbran algunas casas de color blanco, entre las brumas y gotas de rocío.

La pintura, de autor no identificado (porque la firma, aunque grande, es indescifrable), predomina por unos trazos grandes y generosos, aunque carece de brillo y los colores son muy apagados, dentro de la gama de los grises, y tonos arenas.

No me gusta el cuadro. Quizá no sé apreciarlo muy bien: en realidad es más bien una pintura paisajística; las personas aparecen difuminadas, vagas. Pero, en general, no creo que sea ninguna obra maestra; es más, duele bastante a la vista cuando lo miras detenidamente, aunque se puede analizar si le pones interés. Solo que a mí no me parece interesante, porque veo ese cuadro todos los días.

¿Os imagináis que llego a averiguar que, en realidad, tiene un gran valor? Sería una ironía de la vida.

Besazzos,

*Luli*

domingo, 6 de febrero de 2011

Pijas de pueblo

Queridos lulilectores...

Ayer sábado decidí salir a darme un garbeo por la noche en compañía de mis amigas. La verdad es que hacía tiempo ya que no salía, desde Nochevieja (ya se sabe: enero = exámenes).  Pero, con la excusa del cumpleaños de una chica de mi pandilla, fuimos a celebrarlo. Y, como en otras ocasiones,  la ausencia de alcohol en mis venas provocó que mis ideas fluyeran con mayor nitidez que cuando emulo a Baco y me deleito con este legalizado vicio. La cosa es que me quedé horrorizada. Por varias razones.

En primer lugar, porque una descubre que ya no es la más joven. No es que yo sea vieja, pero lo cierto es que me asustó descubrir que toda la muchedumbre que se agolpaba delante de las puertas de los pubs de mi pueblo eran chavales de entre quince y dieciocho años, en su gran mayoría. Yo ya no estoy en esas franjas, Dios, cómo cuesta de aceptar (y lo que me queda, ¿no?, diréis algunos). Seguramente tenéis razón.

Pero el mayor punto de mi irritación estaba lejos de estas cuestiones relacionadas con los años o las edades. Ayer descubrí -mejor dicho, constaté- que las muchachas de mi pueblo son clónicas, como la oveja Dolly. Mira qué termino tan majo me ha salido. Las voy a llamar Las Dollys. Y digo clónicas porque parecen salidas de un proceso industrial, donde todos los productos son homogéneos gracias a una previa mecanización y planificación (¿os suena el fordismo?).

Te ves, donde quiera que mires, a montones y montones de chicas jóvenes vestidas de la siguiente manera: vestido con leggings, falda con leggings, pantalones pitillo. Solo estas tres opciones. Y botines. TODAS con botines o, si no eran botines, botas de caña alta, de esas que llegan casi hasta la entrepierna y que se ciñen hasta que consiguen cortar la circulación. Y todas de negro, que más que gente que se iba de fiesta parecían las empleadas de una funeraria, con sus gabardinas del Bershka o del Stradivarius, más clónicas imposibles.

Es que de verdad, os lo prometo, desfilaban por delante de mis ojos que parecían gemelas, o trillizas o sextillizas (porque siempre pasaban en grupos de seis en seis o de siete en siete). Todas con los pelos planchados o recogidos en el mismo moño cutre que le ponen a veces a la Pataky para salir de portada en alguna revista frívola de turno; pendientes grandes y pesados que les llegaban hasta los hombros, los ojos mal pintados por manos inexpertas y tanto brillo en los labios que las veías acercarse incluso antes de girar la esquina, porque sus morros se reflejaban en la laca de los coches.

Todas ellas, absolutamente todas, con sus horribles botines idénticos, el mismo perfume azucarado (que atrofiaba los sentidos, en el sentido más literal), el mismo tipo de escote indiscreto y el mismo tanga pugnando por salir de su morada cada vez que hacían un movimiento brusco. Me las quedé mirando a ratos, sin saber bien cómo reaccionar, mientras ellas intentaban dominar sus rodillas al compás de los tacones, para no parecer patos andantes -aunque así fuera-, que parecía que en vez de entrar a un pub estuvieran en la semana de la moda de París, por esos aires de modelo que se daban.

De pronto me sentí como una intrusa en aquel mar de jóvenes medio bebidos, ruidosos y fiesteros que me rodeaba. Yo estaba ahí, con mis zapatillas deportivas, mis gafas y mi chaquetón verde manzana, siendo el blanco de más de una mirada de desdén, solo porque había decidido no ponerme una gota de maquillaje o el abrigo negro. El gorila de uno de los bares me observó con mala uva, pero como yo iba en medio de quince chicas vestidas según la tradición (mis amigas), me dejó pasar sin decirme nada. En ese momento preciso me invadió un regusto de ultraje.

Me entraron ganas de decirle al señor segurata: oiga, Mr. King Kong, yo TENGO botines de tacón, pantalones ajustados, ropa de tejidos brillantes para usar por la noche y sombra de ojos. Lo que pasa es que hoy no me ha dado la santa gana de ponérmelos porque no pensaba salir a emborracharme como una loca, solo dar una vuelta y pasarlo bien con mis amigas, y sé hacerlo sin alcohol o sin el uniforme que todas las Dollys estas llevan puestos. No soy una pija de pueblo.

Algunos puede que os preguntéis: ¿y qué es una pija de pueblo? Pues veréis, es un concepto en el que llevo trabajando algunos años ya. Para mí, una pija de pueblo es una muchacha normal, ordinaria y, si me lo permitís, con un toquecillo vulgar, que se cree muy moderna, muy original y muy trendsetter. Que se cree pija, vamos. Pero, a estas alturas, muchos sabemos que en un pueblo (valenciano, para más inri) no hay tanto glamour como en una gran ciudad. No es que esto sea una regla general que yo dicte, pero quiero que la idea quede más o menos clara.

Quien es pija, es pija, independientemente de que viva en una ciudad o en un pueblo. Aunque, eso sí, es habitual que en las grandes ciudades haya más pijas que en los pequeños pueblos (por pura estadística, más que nada). Sin ir más lejos, mi hermana pequeña es una pija (o medio pija). Y tengo una amiga que también es muy pija. Vamos, que, para mí, ser pija es un término que significa algo parecido a lo que viene siendo el esnobismo, aunque quizá en un nivel un poco inferior. Bueno, que no es necesario que yo aclare a estas alturas lo que es un pijo o una pija.

Lo que yo quería aclarar era el concepto de pija de pueblo, que es aquella muchacha que cree ser pija, pero que no lo es. Y no lo es porque compra en las tiendas de ropa donde compran todas las demás amigas suyas (y demás muchachas del pueblo en general), y que no crea tendencias, sino que hace un dudoso seguimiento de éstas. Vamos, que cree que por llevar leggings y botines está siendo más pija (porque de normal siempre va con deportivas por la calle), pero lo único que consigue es caer en una moda choni, chabacana y estereotipada que caracteriza a todas las demás jovenzuelas, en su mayoría. Esto también se puede aplicar a las grandes ciudades, claro (es decir, que podemos encontrar "pijas de pueblo" en la ciudad), pero ya no sé seguro si deberían llamarse igualmente pijas de pueblo, porque lo de "pijas de pueblo" se ciñe únicamente a los pequeños pueblos como el mío, claro.

¿Qué trato de reivindicar con este discurso? Pues que el hecho de ser una pija de pueblo se está generalizando de manera alarmante en mi localidad, según mis últimas observaciones, y que empieza a crear escuela. Es como una subcultura, o una tribu urbana. Están los raperos, los góticos, los punks, etecé... y las pijas de pueblo, que no tienen un pelo de pija, pero mucho de pueblo. Son clónicas, vulgares, homogéneas. No se diferencian en nada, como pude comprobar anoche. Todas iguales, con sus botines, con sus pitillos, con sus pendientes y su cubata en la mano; seguramente con 300 amigos en el Facebook y con sendas fotografías en las que salen con un cigarillo medio consumido y una pose picantona, últimos vestigios de una fiesta que se pierde entre el rastro de tantas otras.

Y esto no es nuevo, quiero decir, no es novedoso el hecho de que los jóvenes adolescentes se comporten igual, o se vistan igual; pero quizá sí que lo es para mí por el hecho de darme cuenta en mi propia piel, y por sentir cierta impotencia ante ello; de pensar: jo, es que yo también tengo los botines en mi casa, aunque ayer llevara zapatillas, y a veces también me gusta maquillarme y sentirme coqueta; y pensar que soy diferente a los demás, cuando en realidad no lo estoy siendo.

Pero es verdad que los tiempos están cambiando. Cuando yo tenía trece años aún merendaba bocadillos de nocilla, y ni siquiera tenía teléfono móvil; ahora no conozco a casi ninguna "pija de pueblo" que con 13 años no tenga una cuenta en Tuenti o se ponga botines de punta y taconcillo para ir al instituto. Las pijas de pueblo se llaman Ana, María o Lore (no estoy hablando de Jessys y Jennis), que escuchan a Shakira o David Guetta, que miran cada día la serie de Antena 3, que se preocupan por su rímel de ojos y que, cuando salen juntas por ahí, se ven entre ellas diferentes, aunque quien mire desde fuera las vea a todas iguales. Porque claro, los botines tienen matices: igual son grises, que marrones, que negros. Pero seamos realistas. ¿En qué cabeza cabe eso?

Lo que está claro es que somos una masa, y que la masa nos absorbe, nos abduce, nos succiona y no nos damos cuenta porque, una vez que estás dentro, es muy difícil escapar. ¿Somos todos unos Dollys? ¿Soy yo también una pija de pueblo, aunque trate encarecidamente de luchar contra ello? ¿Cómo darte cuenta de cuándo te has conseguido diferenciar de los demás por tu propio pie, y no por agentes o influencias externas? Eso es extremadamente difícil.

A todo esto, yo no soy, ni mucho menos, una fashion victim o una crítica de la moda. Quien quiera llevar botines, adelante, que no estoy menospreciando a estas chicas por su manera de vestir (porque igual este año son los botines y el que viene son los cinturones de leopardo); lo que yo critico es esa actitud, esa ciega actitud de ir todas al Zara de rebajas y creerse que son más originales que las demás. ¿Sabéis el tiempo que hace que no voy al Zara de compras? Odio el Zara (aunque tenga ropa muy mona). No odio la ropa de Zara en sí; odio lo que representa: la homogeneización. Me esfuerzo por encontrar mi camino, aunque me lleve un tiempo y me cueste trabajo. Sé que, tarde o temprano, si me empecino mucho, lo conseguiré; me apartaré un poquillo de la masa, aunque no consiga salir nunca del todo, pero trataré, al menos, situarme en los bordes exteriores y nunca en su corazón (que es el punto donde están las pobres pijas de pueblo; las pobres Dollys que se dejan arrastrar por la amorfa masa, por los dictados de la industria cultural y por corrientes de aire demasiado poderosas para ellas, contra las que aún no están capacitadas para luchar).

Y no extrapolo el concepto de masificación a un plano más amplio (las sociedades occidentales en sí), porque aquí me pueden dar las uvas hoy; me quedo solo en la rama de los jóvenes y, en concreto, en la de los pijos de pueblo, pero este es un tema peliagudo que se cierne sobre nosotros cual sombra silenciosa y a la que prestamos demasiada poca atención; principalmente porque no nos damos cuenta de que nos encontramos sumergidos en el sistema.

El hecho de haber estudiado algunas pinceladas básicas sobre estos temas me ha abierto un poco los ojos, pero ni mucho menos soy una experta en ello. Aunque me ha permitido descargar mi frustración de ciudadana anónima e insignificante sobre algo que, a mis ojos, es una muestra más de lo Dollys que podemos llegar a ser. Pobres pijas de pueblo, pobrecitas mías, que ni siquiera han acabado de crecer.

Por cierto, cuando iba al instituto me encantó conocer el pensamiento de Nietzsche.

Ya paro de dar la tabarra por hoy; en realidad no sabía que me iba a salir una entrada tan larga cuando me he puesto a escribir (y, por ende, he desvariado un poco más; al principio iba a satirizar solo las Dollys y lo absurda que fue la noche de ayer; pero al final me ha salido la vena crítica, era inevitable).

Seguro que, llegados a este punto, los pocos valientes que hayáis resistido leyendo hasta aquí, desearéis que anoche me hubiera emborrachado y basta, para estar hoy de resaca y no tener ganas de despotricar contra el mundo. Y perdón si alguna pija de pueblo lee mi entrada y se siente aludida u ofendida: mi intención no era poneros a parir gratuitamente, sino intentar descorrer un poco las cortinas que impiden el paso de la luz a vuestros ojos. Quizá en unos años podáis entender mejor de lo que he hablado ahora (bastante desordenadamente, por cierto. Reitero mi perdón).

Grandes dosis de besazzos,

*Luli*

miércoles, 2 de febrero de 2011

A capella

Queridos lulilectores...

Esto de vivir en un edificio de muchas viviendas es toda una experiencia. No voy a decir que mi finca tenga unos vecinos tan peculiares como los que en su día estereotipó la célebre serie televisiva de Aquí no hay quien viva; pero sí que se encuentran casos aislados un tanto remarcables.

En este caso, mis vecinos del octavo, que creo que también son unos jóvenes estudiantes que están alquilados, igual que nosotros. Aunque no sé qué narices harán durante todo el día, porque siempre están en casa. La chica, por ejemplo, es la más ruidosa de todos. Siempre está poniendo música a tope, con la radio o el ordenador, y cuando nos duchamos, lavamos los dientes o, directamente, desde mi misma habitación, la banda sonora de turno nos acompaña.

Que, por lo menos, si dices que la banda sonora está bien, bueno, pues vale, pero es que siempre pone unas cancioncitas de lo más extravagantes (del estilo Antonio Orozco, que respeto vuestros gustos, pero yo no me lo trago). Y, cuando no se dedica a despertarnos con Los 40 Principales, canta a capella, como es el caso ahora mismo, que la tengo justo encima de mi cabeza vociferando frases incomprensibles. Cuando se pone en ese plan da la sensación de estar en todas partes, como un narrador omnisciente que todo lo sabe.

Otro día se pusieron a cantarle Cumpleaños Feliz a Pepe, o a Paco, o no sé qué nombre tiene el compañero de ellas; y montaron un guateque de cuidao, que nosotros todo era subirle el volumen a la televisión y no había manera de escuchar nada, de la algarabía que se cocía en el piso superior.

Y es que no son casos puntuales o aislados, es que es el pan de cada día. Que luego te las cruzas en el ascensor y te las quedas mirando de arriba abajo, pensando cosas feas para decirles, pero, en vez de eso, con una media sonrisa les sueltas: "pues yo voy al séptimo". Mi compañero y yo hemos resuelto que, un día, sin comerlo ni beberlo, subiremos arriba y les llamaremos al timbre, pero no para quejarnos, sino para echar a correr en seguida, antes de que nos abran (como los niños pequeños, sí, para quien lo esté pensando, que os conozco ¬¬). Y que se fastidien, hombre ya.

Así que... ya os contaré cómo acaba esta aventura.

Besazzos,

*Luli*